“Inmaculada, reina del cielo y de la tierra, refugio de los pecadores y madre nuestra amorosísima, a quien Dios confió la economía de la misericordia. Yo, pecador indigno, me postro ante ti, suplicando que aceptes todo mi ser como cosa y posesión tuya.
A ti, Madre, ofrezco todas las dificultades de mi alma y mi cuerpo, toda la vida, muerte y eternidad. Dispón también, si lo deseas, de todo mi ser, sin ninguna reserva, para cumplir lo que de ti ha sido dicho: “Ella te aplastará la cabeza” (Gen 3:15), y también: “Tú has derrotado todas las herejías en el mundo”.
Haz que en tus manos purísimas y misericordiosas me convierta en instrumento útil para introducir y aumentar tu gloria en tantas almas tibias e indiferentes, y, de este modo, aumente en cuanto sea posible el bienaventurado reino del sagrado corazón de Jesús.
Donde tú entras oh inmaculada, obtienes la gracia de la conversión y la santificación, ya que toda gracia que fluye del corazón de Jesús para nosotros, nos llega a través de tus manos. Ayúdame a alabarte, virgen santa y dame fuerza contra tus enemigos. Amén.”